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incesantemente? En ese sentido, el hombre que se entregue a ello con el mayor ardor ser
incontestablemente el que mejor la servir, ya que ser aquel que ms cooperar con los designios que ella
manifiesta en todos los instantes. La primera y ms hermosa cualidad de la naturaleza es el movimiento que
la agita incesantemente, pero este movimiento no es ms que una serie perpetua de crmenes, sólo mediante
crmenes lo conserva. As pues, el ser que ms se le parezca y, por consiguiente, el ser ms perfecto, ser
necesariamente aquel cuya agitación ms activa ser la causa de muchos crmenes, mientras que, repito, el
ser inactivo o indolente, es decir, el ser virtuoso, debe de ser para ella, sin duda, el menos perfecto ya que
sólo tiende a la apata, a la tranquilidad, que volvera a sumir incesantemente todo en el caos, si llegara a
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predominar. Es preciso que el equilibrio se mantenga; sólo los crmenes pueden conseguirlo. Por
consiguiente, los crmenes sirven a la naturaleza. Si la sirven, si los exige, si los desea, pueden ofenderla?
Y quin puede sentirse ofendido, si ella no lo est?
En este caso la criatura que destruyo es mi ta... Pero, oh, Thrse, cun frvolos son esos vnculos a los
ojos de un filósofo! Permteme que ni te hable de ellos, de lo ftiles que son. Estas despreciables cadenas,
fruto de nuestras leyes y de nuestras instituciones polticas, pueden significar algo a los ojos de la
naturaleza?
As que deja ah tus prejuicios, Thrse, y srveme: habrs hecho tu fortuna.
Oh, seor! contest completamente horrorizada al conde de Bressac , esta indiferencia que
suponis a la naturaleza sólo obedece a los sofismas de vuestra mente. Dignaos ms bien a atender a
vuestro corazón, y oiris como condenar todos los falsos razonamientos del libertinaje. Este corazón, a
cuyo tribunal os remito, no es, pues, el santuario donde la naturaleza que ultrajis quiere que se la escuche
y se la respete? Si imprime en l el ms fuerte horror por el crimen que preparis, no admitiris que es
condenable? S que ahora os ciegan las pasiones, pero tan pronto como se acallen, hasta qu punto os
desgarrarn los remordimientos? Cuanto mayor sea vuestra sensibilidad, ms os atormentar su aguijón...
Oh, seor! Conservad y respetad los das de nuestra preciosa y tierna amiga; no la sacrifiquis, la
desesperación os hara perecer! Cada da, a cada instante, verais ante vuestros ojos a la ta querida que
vuestro ciego furor habra sepultado en la tumba; oirais cómo su voz quejumbrosa sigue pronunciando los
dulces nombres que alegraban vuestra infancia; se os aparecera en vuestras vigilias y os atormentara en
vuestros sueos; abrira con sus dedos ensangrentados las heridas con que la habrais desgarrado; ni un
instante dichoso, a partir de entonces, lucira para vos en la Tierra; todos vuestros placeres quedaran
manchados, todas vuestras ideas se turbaran; una mano celeste, cuyo poder desconocis, vengara los das
que habrais destruido, envenenando todos los vuestros; y sin haber disfrutado de vuestras fechoras,
perecerais del mortal remordimiento de haberos atrevido a realizarlas.
Yo lloraba mientras pronunciaba estas palabras, arrodillada a los pies del conde. Le conjuraba, por todo
lo que para l poda haber de ms sagrado, a olvidar ese extravo infame que juraba ocultar toda mi vida...
Pero yo no conoca al hombre con el que estaba tratando; no saba hasta qu punto las pasiones reforzaban
el crimen en su alma perversa. El conde se levantó framente.
Veo perfectamente que me he equivocado, Thrse me dijo . Quiz me siento ms molesto por ti
que por m. Da igual, ya encontrar otros medios y t habrs perdido mucho sin que tu ama haya ganado
nada.
Esta amenaza cambió todas mis ideas: al no aceptar el crimen que me propona, yo arriesgaba mucho por
mi cuenta mientras mi seora pereca infaliblemente; consintiendo la complicidad, me pona a cubierto de
las iras del conde, y salvaba probablemente a su ta. Esta reflexión, obra de un instante, me decidió a
aceptarlo todo. Pero como un cambio tan repentino habra podido parecer sospechoso, tard un tiempo en
mostrar mi derrota: obligu al conde a repetir ms de una vez sus sofismas, y adopt poco a poco la actitud
de no saber ya qu responderles. Bressac me creyó vencida, legitim mi debilidad con la fuerza de su arte y
al final me rend. El conde se arroja a mis brazos. Cómo me habra colmado de satisfacción este gesto si
hubiera tenido otra causa!... Qu digo? Ya era demasiado tarde: su horrible comportamiento, sus brbaros
proyectos, haban aniquilado todos los sentimientos que mi dbil corazón osaba concebir, y sólo vea en l
a un monstruo...
T eres la primera mujer que abrazo me dijo el conde , y, a decir verdad, con toda mi alma... Eres
deliciosa, hija ma. Al fin un rayo de sabidura ha penetrado en tu mente! Cómo es posible que esta encan-
tadora cabeza haya permanecido tanto tiempo en las tinieblas!
Y despus nos pusimos de acuerdo respecto a los hechos. En ms o menos dos o tres das, de acuerdo con
las facilidades que yo encontrara, deba disolver una bolsita de veneno, que me entregó Bressac, en la taza
de chocolate que la seora tena por costumbre tomar cada maana. El conde me cubra de todas las conse-
cuencias, y me entregaba un contrato de dos mil escudos de renta el mismo da de la ejecución. Me firmó
estas promesas sin especificar lo que deba llevarme a disfrutarlas, y nos separamos.
Ocurrió mientras tanto algo harto singular, muy apropiado para desvelaros el alma atroz del monstruo
con el que yo trataba, para que yo interrumpa un mi nuto, contndooslo, el relato que sin duda esperis del
desenlace de la aventura en la que me haba metido.
Dos das despus de nuestro pacto criminal, el conde supo que un to, sobre cuya sucesión no contaba en
absoluto, acababa de dejarle ochenta mil libras de renta... Oh, cielos!, me dije al enterarme de la noticia,
as es como la justicia celestial castiga la conspiración de fechoras! Y arrepintindome inmediatamente de
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esta blasfemia hacia la Providencia, me arrodillo, pido perdón, y me congratulo de que este inesperado
acontecimiento pueda cambiar por lo menos los proyectos del conde... Cul era mi error!
Oh, mi querida Thrse! me dijo acudiendo aquella misma noche a mi habitación . Cómo
llueven sobre m las prosperidades! Ya te lo he dicho ms de una vez: la idea de un crimen, o su ejecución,
es el medio ms seguro de atraer la felicidad. As les ocurre, por lo menos, a los malvados.
Cómo, seor? contest . Esta fortuna con la que no contabais no os decide a esperar
pacientemente la muerte que querais precipitar?
Esperar? replicó bruscamente el conde , no esperara ni dos minutos, Thrse. No te das cuenta
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