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que estamos acostumbrados a utilizar). Es vivir en ese mundo de un modo total. Porque
en Dios, en el Amor, no hay pena posible, no hay dolor posible, no hay mancha posible;
es Luz intrínseca. Por lo tanto, abrirse a ese Dios es automáticamente eliminar en
nosotros todo lo que es residuo, lo que en la India recibe el nombre de Vasanas y
Sanskaras, es decir, latencias que hay en nuestro subconsciente. Porque toda latencia,
todo residuo, temor o predisposición interior hacia algo, son productos de la ignorancia,
productos de la visión limitada, del frustramiento, y todo eso queda completamente
barrido en la medida en que el amor se expresa más y más en nosotros. Es una auténtica
transformación profunda, total, la que se produce en nosotros cuando dejamos paso libre
a Dios como amor.
Como puede verse, el problema consiste en que yo trate de distinguir claramente
quién es el sujeto que está viviendo en mí. Mientras considere que el que sujeto soy yo,
«fulano de tal, con una cara, con unas circunstancias determinadas, yo como
personalidad», esto me conduce a un modo de relación y de dependencia subordinado a
los otros modos de ser. En el momento en que yo tomo conciencia de que el que actúa
en mí es mi Yo profundo, un Yo llamémosle superior o espiritual, un Yo que es
independiente de la personalidad; entonces mi modo de acción se produce a un nivel
más profundo, y a la vez más elevado, que despierta una respuesta profunda y elevada
en nosotros; se mueve, por decirlo así, en otro nivel vibratorio. Por tanto, mi modo de
actuar es distinto, y los efectos que producen son también distintos. Entonces me
emancipo ya de esa dependencia de la personalidad, me siento constantemente libre de
lo que hago y libre de lo que no hago. Hay algo en mí, ese Yo central que está más allá
de mi fenomenología externa. Cuando llego a descubrir el verdadero sujeto del
Absoluto, entonces me emancipo ya de esa dependencia de la personalidad, me siento
constantemente libre de lo que hago y libre de lo que no hago. Hay algo en mí, ese Yo
central que está más allá de mi fenomenología externa. Cuando llego a descubrir el
verdadero sujeto del Absoluto, entonces no sólo es ese Yo profundo que todavía lo vivía
en relación con mi personalidad, sino que es este Dios, centro de todo cuanto existe.
Automáticamente quedo emancipado de toda forma de limitación en la conciencia, de
toda forma de oscuridad, malestar, conflicto o problema.
Pero, fijémonos bien en que se trata de que yo viva realmente eso. No se trata de que
yo solamente lo piense, o lo crea. Se trata de que yo me sitúe en un punto preciso y que,
desde ahí, aprenda a vivir mi vida cotidiana. El que yo en un momento dado piense o
crea, puede ser bueno, pero no es más que una fase de aprendizaje. Cuando yo, saliendo
de la fase de oración, de silencio, de meditación, en la que puedo elevarme un poco más,
vuelvo a situarme en mi punto de mi yo personal, vuelvo a estar nuevamente sometido a
las reacciones y problemas de la personalidad. Aquello se convierte en un refugio de
este yo profundo. Pero es un refugio; no es mi ley. Es cuando yo aprendo a ser, cuando
yo descubro que soy y aprendo a vivir desde este Yo profundo, que paso de una ley de
la personalidad, de la oposición, de la dualidad, de la lucha, del contraste, a una ley
profunda de independencia, de libertad y de armonía. Y cuando consigo situarme en el
nivel más elevado de la conciencia de ser, cuando aprendo a vivir mi vida cotidiana
desde ahí, es cuando se produce este cambio fundamental, en el que sólo hay luz, en el
que sólo hay plenitud.
El Amor es el ser de Dios
Así pues, todo el problema de la receptividad consiste solamente en trasladar el
acento desde el objeto al sujeto, y, luego, en reconocer al verdadero sujeto. Es decir, que
el primer error que hay que evitar es depender del objeto. Ya sé que esto suena a una
cosa muy extraña, porque lo natural es que el hombre ame a los demás, a las cosas, a los
seres. Pero yo insisto aquí en que el hombre sólo puede amar mediante el amor, y sólo
puede amar lo amable, y lo amable es el amor, y el amor es Dios, y el modo más
próximo de vivir a Dios es a través de nuestro ser central, de nuestro Yo. Lo que
tenemos más próximo a nosotros mismos no es el hombre, aunque estemos uno al lado
del otro. Lo más próximo a mí soy yo mismo. Por lo tanto, Dios está mucho más
próximo a través de mi yo que a través de la otra persona que está físicamente tan
próxima, tan cercana a mí. Lo que está cerca de mí es la forma, la periferia, no la
verdadera persona, no el verdadero yo, no el verdadero otro. Lo que está más cercano a
mí, a mi conciencia, es el centro de mi conciencia, el Yo. Y el centro de ese yo es Dios.
Sólo a través de este centro puedo abrirme al amor y, por eso digo que no es que yo
haya de recibir el amor de un objeto, es que yo he de abrir las puertas de mi mismo para
que el amor salga para que el amor se exprese, de la misma manera que lo hacemos para
que se exprese la energía y para que se exprese la comprensión. En la medida que
expreso lo que hay en mí, sea lo que sea, sean cuales fueren las condiciones exteriores,
en la medida en que yo doy gratuitamente, que expreso, que saco, que entrego, que
ofrezco lo que soy, en esa misma medida eso crecerá. Y no hay otra ley de crecimiento.
Decíamos, pues, que el primer paso que hay que evitar es el depender del objeto. El
segundo paso es identificar más y más al sujeto. Hemos dicho que, al principio, yo creo
ser yo en mi personalidad, yo que estoy mirando a los demás que tienen formas y
nombres distintos. Cuando yo me creo que soy una personalidad, estoy actuando como
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