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claramente de una banda guerrera, nada más que hombres armados, y Avildaro es el
primer poblado en su camino. ¿Qué hemos hecho para ofenderlos, a ellos o a los dioses?
Lockridge contempló a Storm.
-Bien -dijo en inglés- me produce repugnancia tener que emplear nuestras armas
contra esos pobres diablos, pero si tenemos que...
Ella negó con la cabeza.
-No, las energías podrían ser detectadas. O tal vez llegase a oídos de agentes de los
Batidores la historia y les denunciase nuestra presencia. Lo mejor será que nos
refugiemos en otro lugar.
-¿Cómo? Pero... pero...
-Recuerde -dijo ella-: el tiempo es inmutable. Puesto que este lugar sobrevive dentro de
un centenar de años, lo más probable es que los nativos rechacen mañana el ataque...
No podía romper el hechizo de sus ojos, pero los de Auri también estaban puestos en
él, y los de Echegon, y los de sus compañeros de bote, y los de sus amigas, y los del
tallador de pedernal y los de todo el mundo.
-Tal vez no lo hagan -continuó-; tal vez sean seres inferiores Conquistados dentro de
poco, o tal vez lo fueran si no les ayudamos. Yo me quedo.
-¿Se atreve...? -Storm se controló. Por un momento permaneció tensa y silenciosa.
Luego sonrió, alargó la mano y le acarició la mejilla-. Debería haberlo supuesto -dijo al fin-
. Muy bien, yo también me quedaré.
V
Llegaron del oeste a través de los prados, con el bosque de encinas a su izquierda, y
los hombres de Avildaro se prepararon a enfrentarse con ellos. Eran aproximadamente un
centenar en total, con diez carros y el resto a pie, no eran más que sus oponentes.
Cuando parpadeó por vez primera en la brillante luz del amanecer, Lockridge apenas
pudo creer que los que veía eran los temidos hombres del Hacha de Guerra.
Mientras se aproximaban, estudió a uno que era típico. De cuerpo no eran muy
diferentes a los Tenil Orugaray: algo más pequeños y robustos, con el pelo marrón
anudado en una coleta y la barba en dos puntas, de tipo más centroeuropeo que ruso.
Llevaba un justillo y un faldellín de piel hasta las rodillas, un símbolo del clan marcado al
fuego, y un escudo de piel de toro pintado con una cruz gamada Tenían por armas una
daga de pedernal y un hacha de piedra bellamente labrada. Sus labios se abrían en un
rictus de salvaje expectación.
El carro al que seguían, evidentemente el de su cabecilla tribal, era un ligero vehículo
de dos ruedas hecho de madera y mimbre, tirado por cuatro descuidados caballitos. Un
muchacho, desarmado y ataviado simplemente con un taparrabo, lo guiaba. Tras él se
alzaba el jefe: más alto que la mayoría y blandiendo un hacha tan grande que más
parecía una alabarda, con dos lanzas colocadas al alcance de la mano.
El jefe llevaba casco, peto y canilleras de cuero reforzado: de su cintura colgaba una
corta espada de bronce; una desteñida capa de lino del Sur se agitaba al viento en su
espalda, y un, collar de oro macizo brillaba bajo su hirsuta barbilla.
Tales eran los Yuthoaz. Cuando vieron la despareja línea de pescadores, frenaron su
paso. Luego el ocupante del carro de vanguardia hizo sonar un cuerno de bisonte, la tropa
lanzó aullantes gritos de guerra y los caballos se lanzaron al galope. Tras ellos saltaban
los carros, corrían los chillones infantes y sonaban las hachas golpeando contra los
escudos.
La mirada de Echegon consultó a Storm y Lockridge.
-¿Ahora? -preguntó.
-Esperemos un poco, que se acerquen más -Storm se protegió con la mano los ojos del
sol, y oteó a los que avanzaban-. Hay algo en ese de la retaguardia.. los otros me tapan la
visibilidad...
Lockridge podía notar la tensión a sus espaldas: suspiros y murmullos, pies que se
agitaban, el olor irritante del acre sudor. No eran cobardes aquellos hombres que
aguardaban para proteger sus hogares, pero su enemigo estaba entrenado y equipado
para la guerra y hasta para él, que había conocido los tanques y las batallas de su tiempo,
la carga de los carros se iba haciendo más aterradora a medida que se agrandaban a su
vista.
Levantó el rifle. Notaba la frialdad y dureza de la culata en su mejilla. Storm había
aceptado, aunque a regañadientes, que fuesen hoy usadas las armas del siglo XX. Y el
hecho de que estuviesen a punto de ver cómo lanzaban rayos, aunque fuese para
apoyarles, era algo que crispaba los nervios de los Tenil Orugaray, atemorizándolos un
poco.
-Lo mejor será que comience a disparar -dijo en inglés.
-¡Todavía no! -Storm hablaba tan secamente, con una voz que se imponía tanto al
estrépito, que él le echó una mirada. Los ojos felinos de ella estaban entreabiertos, los
labios semicerrados dejaban ver los dientes y tenía una mano en la pistola de energía, la
cual había asegurado no ir a emplear.
-Tengo que ver a ese hombre primero -advirtió.
El ocupante del carro de vanguardia elevó su hacha y volvió a bajarla. Los arqueros y
honderos de la re retaguardia de los Yuthoaz se detuvieron, preparando sus arcos y
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